REPORTAJE
TEXTO Y FOTOS: JULIÁN DÍAZ HERNÁNDEZ.
A la adversidad ya manifiesta por la pobreza en las localidades donde residen, algunas personas suman las que el destino ha puesto enfrente en el aspecto físico y de salud, es entonces cuando demuestran que son guerreros indomables que se sobreponen al infortunio.
SONIA: SU CALVARIO NO IMPIDIÓ
Su llegada a la vida fue sui-géneris: Un entremés de dolor que anticipaba apenas lo mucho que sufriría en su niñez. El quirófano la recibió con su primera operación cuando tenía apenas cuatro días en este mundo, pero el resultado no cambió el futuro de Sonia Merced Prisco, quien viviría asida a un par de muletas de aluminio –sus inseparables compañeras- en aquella humilde vivienda de “El rosario”, una comunidad cercana a Aquismón.
Sus padres Elfego Merced Obispo y Felicitas Prisco Martínez, compartieron el suplicio de ver a su hija con su cuerpo encorvándose a causa del esfuerzo que le significaba el intento de avanzar, sin dos pies normales que le ayudaran en esa tarea; carentes de dinero o ayuda oficial que les soportara los gastos médicos y quirúrgicos, la erogación por traslados, así como la manutención de la niña y del resto de su familia.
Lidiar con la angustia de la necesidad económica no era fácil, pero tampoco se comparaba al padecer de Sonia, quien a los seis años debió ser sometida a otra exhaustiva y penosa revisión en Ciudad Valles. El médico en rehabilitación Josué Badillo Cortés la señaló en su diagnóstico como “portadora de P.O. Mielomeningocele lumbar, con monoparexia fláccida de MPI secundaria, (y) contractura establecida aquilea irreductible”.
Lo único claro, es que contrario a la debilidad en sus extremidades inferiores, la fortaleza de espíritu y las ganas de salir adelante pese a las limitaciones físicas, llevaron a Sonia a superar los seis grados de Primaria. Cuando llegó el tiempo de subir de nivel, fue inscrita en la Secundaria “Jesús Romero Flores”, en la cabecera municipal, donde se convirtió en una estudiante reconocida no solo por sobreponerse a su infortunio físico, sino también por su aplicación en los estudios.
RAMÓN: ALABANZAS EN LA OSCURIDAD
“Hágase a un lado, porque si me lastima no quiero lastimarlo también”, expresa amenazante un hombre de mirada adusta, mientras se abre paso sin amabilidad alguna; don Ramón Tenorio solamente lo escucha y se aparta un poco, en la parte delantera del pasillo de la unidad 63 que cubre la ruta a El Carmen, en Ciudad Valles. Pareciera como si estuviera acostumbrado a los desplantes, no solamente de los pasajeros sino también de los choferes, quienes –de entrada- le cobran.
“Me subo (…) a fuerza, pero ellos de su voluntad no me suben, pueden subir a otro cantante o a cualquiera que se suba a pedir con buena voluntad, pero a mí no”.
-¿Porque es invidente?
“Una porque soy invidente y otra porque no les agrada (…) el tipo de música o de canto que traigo”.
- ¿Le han hecho alguna grosería?
“Sí, mal trato, mal modo”.
El hombre de vestimenta humilde recarga su delgada humanidad en el asiento de plástico, y mientras se equilibra un poco con el balanceo del autobús, saca de su camisa arrugada una vieja armónica con la que empieza a entonar ritmos suaves, poco comunes en un catálogo musical actual, pero cada vez más recurrentes en una rutina que ya cumple más de una década, desde que decidió cantarle a Jesús; primero por obligación y después por devoción.
“Mi interés primero es llevar el mensaje del Evangelio (…) que la gente sepa que hay un Cristo, un Dios lleno de amor, que no escatimó ni su propia vida para salvar a todo aquel que se acerque a él, y lo demás lo dejo a la voluntad de ellos, que me ayuden, y ya con lo que ellos me den pago mi pasaje, y ya de ahí pago mi comida”.
- ¿Cuánto puede llegar a sacar en un día?
“60 pesos”.
- ¿Y le alcanza?
“Pues no, ahí estoy con mi mamá y unos familiares, y ya pues en la tarde ellos me dan una tortilla, pero son 60 o 70, a lo más 100 pesos”.
- ¿Y la jornada de trabajo?
“Salgo de las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde”.
- ¿Aunque llueva, haga frío o calor, todos los días?
“Sí, porque es la consigna en Dios”.
Más allá de la falta de cortesía de la gente, al hombre de 69 años lo que realmente le lacera el alma es la ausencia de amor que –como ha sido en este caso- demuestra la gente cotidianamente hacia su prójimo; por eso un día, después de resignarse por el abandono de su familia, de librarse de las garras del alcohol y de acostumbrarse a la oscuridad, decidió que en lugar de seguir lamentando la pobreza económica que lo acompaña desde niño, iba a combatir la otra miseria: La del espíritu.
“Tengo 30 años en el Evangelio”.
- ¿Por alguna razón en especial?
“Fui alcohólico perdido (…) y de ahí un día una muchacha que es conocida mía me llevó al templo (…) y desde entonces le sirvo a Cristo”.
- ¿Entonces usted también es un ejemplo de que la fe puede ayudar a salir del alcohol?
“Sí, sí se puede (…) pero no es sus propias fuerzas, yo porque eché mano del poder divino de Cristo, (y) cuando Cristo viene a nuestras vidas, él cambia la vida, porque es muy poderoso. Yo he sido muy maltratado desde niño, crecí en la vil pobreza (…) con un pantaloncito desgarrado (…) éramos nueve hijos de mi papá (…) no le alcanzaba ni para escuela ni para nada, yo no tuve escuela, yo en las nocturnas que se abrieron ahí estudié (…) aprendí a leer y a escribir”.
“Para comer batallábamos, teníamos que ir a juntar desperdicio (…) del mercado. A los 14 años conocí los zapatos nuevos, pero ya porque yo trabajaba; entré a la panadería, 55 años duré (…) hasta que se me acabó la vista (…) mi especialidad fue el pan español (…) que aquí no lo hay en la ciudad, (…) lo conocí en Veracruz (…) (en) una panificadora mucho muy grande (pero) ya me vine porque la vista me estaba fallando (…) me regresé a Tampico y de Tampico aquí”.
- ¿Por qué perdió la vista?
“Fui operado de cataratas en el Seguro (…) quedé mal, me dio (…) glaucoma”.
- ¿En un ojo sí ve?
“No, nada, es que se seca el nervio”.
- ¿Familia e hijos que le apoyen?
“Tengo hijos pero están en Tampico (…) la mamá se los llevó muy chiquillos y yo dejé de verlos más de 20 años, hasta que ella murió, que me mandó hablar para que la perdonara, entonces me reconcilié con ellos, pero (…) me ven como cualquiera”.
Separa alternadamente el vetusto instrumento de su dentadura -en la que asoman algunos vacíos dentales- para dejar escuchar su voz enronquecida, y los exhortos entonados de amarse los unos a los otros. Algunos lo siguen atentos, mientras esperan llegar a su destino; otros lo ignoran y mantienen sus pulgares saltando de una tecla a otra, en el “touch” del teléfono celular, tal vez para atenuar su indiferencia cuando don Ramón pase a pedirles la consabida moneda.
Pero no es la poca caridad de los usuarios lo que resalta en ese andar, ni siquiera la recurrencia del amargado pasajero que al grito de “cuidado voy a bajar” se “despide” con un empellón, en la parada del ISSSTE. Lo sorprendente en verdad es la pericia adquirida en estas dos décadas de invidencia por el peculiar cantante, que le hacen reconocer a través de ruidos, del brinco de baches y topes, y de los ascensos y descensos del vehículo, los sitios exactos donde se encuentra.
¿Se va a quedar aquí? –Le preguntamos- “No, en la otra rampa de los taxis, todavía faltan dos cuadras”. Y con su bastón se abre paso, planea e intuye que no haya personas cerca, sitúa los pasamanos y barandales, los escalones, y baja despacio; seguramente en la negrura, imagina la calle pavimentada de aquel fraccionamiento, calcula la proximidad de la banqueta, y sube a ella, con el reportero detrás para proseguir la entrevista, dentro de la que no pueden faltar las anécdotas.
“Un día me reclamó un fulano: ¿Por qué anda diciendo que hay un Dios? Es pura mentira… No señor (le dije) Dios existe, todos lo sabemos. (Y me respondió:) Mire, si yo lo vuelvo a ver predicando, y cantando en los autobuses lo voy a matar… (Entonces le contesté:) Seguramente tú fuiste el que me diste la vida, el que me dio la vida es Dios, y él es el único que puede (…) quitarme la vida (…) Nunca más lo volví a ver”.
“Otra vez en la (terminal) Eco grande iba yo cantando (…) predicando, y se para uno (y me grita:) Oiga usted vale para pura ch… $%& (me dijo así con maldiciones) y le dije: Aplácate Satanás, tú no tienes parte ni suerte en el reino de Dios… Cállese la boca (me contestó) y me mentaba la madre, y le seguí hablando y diciendo: Porque Cristo también te ama a pesar de todo eso (…) que te calles el hocico jijo de toda tu… (respondió) y le dice al chofer (…) desesperado: Bájame aquí”.
Pero don Ramón entiende a la perfección esas discrepancias, a veces radicales, con una serenidad ideal para cristalizar su sueño de profesión no realizada; “me habría gustado ser filósofo”, confiesa. Nacido y criado en Valles, radica en la colonia Emiliano Zapata, por el rumbo de la Secundaria 3, pero se desplaza por toda la ciudad: “La mejor ruta es Santa Rosa, Consuelo (…) los Infonavit, los Lázaro (…) son los que más gente llevan (…) y ahí es donde me va un poco mejor”.
Para cruzar la calle, don Ramón ubica el ruido de los motores, “pero más seguro, hago esto”, y luego levanta en su diestra el bastón, en un ángulo de 90 grados, para señalar que va a pasar y el tráfico se detenga; por si acaso, ayudamos a cruzarlo del otro lado, “en 20 metros está el parador, y el camión ya viene, en una cuadra”, indicamos. Agradece y saca unas monedas del pantalón para el pasaje; hace la parada, escucha el freno, y sube despacio, al mismo transporte 63, coincidentemente.
Lo que no resulta para nada casual es encontrarlo por las calles de la ciudad y abordando los camiones de pasajeros, porque don Ramón Tenorio Guerrero le hace honor a su segundo apellido y convirtió ese entorno en su peculiar centro de trabajo, pero sobre todo en su ambiente de plegarias musicales. Tampoco es raro su pregón de amor y el canto de esperanza, que se ha vuelto su andar, su rutina, pero esencialmente una labor cotidiana, y su misión permanente de fe.
PEDRO: MIRANDO HACIA EL FUTURO
En San Antonio Huichimal, municipio de Ciudad Valles, los domingos no son días de asueto para Pedro Hernández Ramírez, quien emplea el tiempo libre que le deja la albañilería de entre semana, en cortar el pelo, para hacerse de más recursos y terminar de construir su propia casa, para compartir el resto de su vida con su esposa y su pequeña hija.
- ¿De cuantas horas son tus jornadas de trabajo, Pedro?
- “A veces entro a las 7, salgo a las 4 o a las 3”.
- ¿Y te dan servicio médico?
- “No, ahorita no?
- ¿Pero nunca has tenido algún accidente?
- “No”.
- ¿Nunca has salido fuera de Valles a trabajar a otro estado, o a otro ciudad?
- “Ah, sí”.
- ¿A dónde?
- “Aquí a Monterrey”
- ¿Y allá que hacías?
- “Pues de lo mismo”.
-¿De albañil?
-“Sí”
- ¿Y allá ganan más?
- “Allá sí, se gana más”
- ¿Cómo cuánto?
- “Unos mil doscientos”
- ¿Por semana?
- “Sí”
El hecho de que solamente haya terminado la Primaria no detiene a Pedro en sus intenciones de formar una familia, tampoco la deficiencia en uno de sus ojos; cuando el domingo termina y toma un ligero descanso, apenas al nacer el nuevo día está listo para enfrentarse a la agotadora jornada en la albañilería, y a bordo de su bicicleta se va para el pueblo.
VICENTE: ENTRE ASCENSOS Y DESCENSOS
Subiendo pendientes, desafiando la inclinación de las rampas y soportando las cortantes piedras que a veces no respetan las protecciones de cuero que rodean sus rodillas abultadas y deformes, un hombre soltero de 43 años anda en busca de sus sueños; se resiste a la permanente atadura a una silla de ruedas y a la idea de lanzarse a la calle en peticiones sucesivas de caridad, explotando el despertar de su lástima.
El sólo quiere valerse por sí mismo, y volverse productivo detrás del mostrador en su precaria miscelánea en Puhuitzé, una comunidad al noroeste de Aquismón, cruzada por la ruta asfaltada que usan los turistas para ir a la Cascada de Tamul desde la cabecera municipal. Ahí nació Vicente Castillo Marcelino, atendido por una partera: Lo único que estaba al alcance de sus humildes padres, hoy convertidos en ancianos, pero que en su juventud tuvieron la fuerza para transportarlo en sus brazos.
Su ansia de superación -a pesar de la deformidad física que lo hace desplazarse al ras de suelo- se notó desde los primeros años de vida, cuando decidió cursar la educación Primaria y continuar después sus estudios en la Telesecundaria. Una tía suya que vive en la Ciudad de México, le ayudó a cursar la instrucción básica, pero no tuvo lo más importante: Dos piernas que lo llevaran hasta las aulas, como los demás niños.
Como sea, nunca se detuvo, y se demostró que no había límites para estudiar, entonces pensó en valerse por sí mismo y consiguió instalar una tienda. Quiso ganarse la vida como abarrotero y recurrió al gobierno local para conseguir el financiamiento de un proyecto productivo que le permitiera cristalizar su idea; no lo apoyaron. El único que creyó en Vicente fue su tío, quien le facilitó un cuarto de madera, a mitad de la ladera, junto a la galera y al salón ejidal.
Ahí llega Vicente cada mañana, con dos sandalias de hule no en los pies, sino en sus manos, como protección; ahí van unos cuantos clientes, hasta allá acuden también sus parientes a dejarle lonche, y el hombre espera que –un día- se apersone también el emisario de alguna dependencia oficial a rescatar su anhelo de surtir su tienda, y le dé un respaldo económico que necesita para subsistir con base en su propio esfuerzo.
FRIDA: SUEÑOS DE UNA PRINCESA
En el verano del 92, una noticia llenaba de ilusión a la familia Martínez Luna. Estaba por arribar al mundo el tercero y más pequeño de sus herederos; todo era tranquilidad, amor y felicidad en ese hogar de Ciudad Valles, hasta que el ginecólogo reveló a la señora Laura que su bebé venía mal, atreviéndose a hacerle la pregunta más complicada de su vida y quizá orillándola –también- a tomar la decisión más difícil: ¿Quiere usted tenerlo?
“Le dije que sí, así quería tenerla, que no me importaba cómo viniera; no me dijo que iba a ser un bebé con Síndrome Down, me enteré hasta que nació, por medio de la trabajadora social; yo ya estaba preparada, por lo que el doctor me había dicho, (y) (…) fue recibida con mucho amor”. Así llegó al mundo Frida Martínez Luna, el 21 de septiembre de 1992, a las 6 de la mañana; creció de manera normal, como cualquier bebé, sin cuidados especiales.
Desde entonces su existencia ha sido convencional, lo que le ha permitido una niñez y una juventud alegre, amorosa y sociable. Ha sabido valerse por sí misma, a tener aspiraciones sin mediar límites, y un día llegó la invitación del maestro Carlos Torres para que se integrara a su grupo artístico: “A lo que ella aceptó muy contenta, porque le gusta la actuación, el canto, el baile y la pasarela”, comenta su madre.
Los avances mostrados por Frida al interior de la organización Chaplins generaron la idea de hacerle dar un siguiente paso: Participar como candidata del certamen Señorita Independencia 2019. “Me lo sugirió el maestro Carlos Torres y yo al principio me rehusaba (…) enseguida lo consulté con la maestra Paty Lobatón (directora de Cultura) y me dijo que la inscribiera, que no había problema”, recuerda la señora Laura.
“Cuando se lo comenté a Frida, aceptó muy contenta pues su sueño siempre ha sido ser reina y que le pongan la corona. En la primera fase (del concurso), me di cuenta que ella es una niña muy inteligente, pone mucho empeño en lo que le enseñan, está muy contenta, se ha integrado muy bien con sus compañeras participantes, y se siente muy acogida por sus compañeros del Grupo Chaplins, quienes le han brindado todo su apoyo”, agrega.
Para Carlos Torres, director del Grupo Artístico Chaplins, una organización sin fines de lucro con 32 años de vida y de donde han salido talentos para los escenarios de Televisa y Televisión Azteca, Frida “es una joven muy talentosa e inteligente”. Le gusta participar en pantomima, actuación y modelaje; actualmente está dentro de los musicales de Vaselina, “y en tres días se aprendió todas las coreografías de la comedia”.
La joven encaja perfecta en la filosofía incluyente de la agrupación, que también prepara a alumnos con autismo. “Se lleva muy bien con sus compañeros y compañeras de clase, quienes la quieren y apoyan mucho”. Carlos Torres -un promotor cultural vallense que ha sido galardonado por su impulso a los artistas en ciernes- destaca también el respaldo familiar de sus padres Antonio Martínez y Laura Luna, pero sobre todo el carácter indomable de Frida:
“Su sueño es llegar a ser actriz, modelo o bailarina; es un ejemplo a seguir, una mujer muy disciplinada, puntual y obediente; esperamos todo lo mejor, creemos mucho en ella, tiene mucho talento para el modelaje y la actuación; es un ejemplo a seguir, y nos llena de orgullo verla cantar, bailar o modelar en los escenarios”, detalla. Fue con ese referente, que cuando vieron la convocatoria del certamen Señorita Independencia 2019 pensaron que ella era la indicada:
“Le dijimos a su mamá y platicamos con Frida, y le gustó la idea de participar (…) le vimos potencial, y con gran talento, y decidimos que ella nos representara (…) y hoy por parte de nuestro grupo está participando en el certamen (…) y está echándole muchas ganas (…) es una persona exitosa, para ella no hay límites en las actividades artísticas”, opina el condecorado profesor sobre la estudiante que días después se convertiría en princesa del certamen.
JOSÉ: AFERRADO A SUS SUEÑOS
El destino hizo distinto a José Pérez Martínez, también su infancia y adolescencia en el ejido Rancho Nuevo (perteneciente a Valles) lo fueron. Viajando en una carretilla, con su padre en la tracción humana, lo descubrió el gobierno en 2003 y le obsequió una silla de ruedas, con la que recorrería la terracería primero y el asfalto después.
Así lo efectuó hasta terminar la Secundaria e iniciarse en Preparatoria, con un cargamento de anhelos y también de dificultades:
-¿Has estudiado hasta dónde?
- “La prepa, nadamás me falta un año para terminarla”
- ¿Y vas a seguir estudiando?
- “Es lo que quiero, pero no sé si pueda”
- ¿Qué es lo que te hace falta?
- “Dinero, porque me están cobrando muy caro. Mi papá es jornalero, tiene un poco de caña acá abajo pero no puede sacar dinero; y mi mamá es ama de casa, no trabaja en otra cosa”.
-¿Cuáles son tus sueños, tus metas, qué te gustaría llegar a lograr, a tener, a comprar, a conseguir?
-“Tener un negocio propio para poder mantenerme yo solo. Y yo digo que sí, si le echo ganas sí puedo”.
El andar de José por Rancho Nuevo y sus zonas aledañas es tan común como su afán de superarse; tiene tantos amigos como úlceras en su cuerpo a causa de la discapacidad que le mantiene permanentemente en la silla. Las manos protegidas con guantes se aferran a las ruedas de la misma forma en la que sus ilusiones se sostienen de su carácter indómito:
“Para mí no hay impedimento en esta vida, hay obstáculos pero los puedo pasar a como dé lugar”.
SALUSTIA: CAMINANDO HACIA EL ÉXITO
La vida de Salustia Torres Flores fue normal desde su nacimiento, en la localidad El Rosario, perteneciente a Aquismón. Como una ironía de la vida: A los 15 años llegó aquella afección que lo cambiaría todo; en el Hospital de Valles no fue atendida, llegó hasta San Luis donde los estudios determinaron el grave diagnóstico que la cimbró.
Del internamiento en Mante pasó a Victoria, donde el avance de la enfermedad no dejó más remedio: Amputar una de sus piernas. Después de larga hospitalización, terapias y citas constantes, la depresión se apoderó de ella, porque no se aceptaba incompleta; se refugió en el encierro, perdió dos años sin estudiar, y cuando decidió hacerlo se fue a una escuela lejana.
Todo cambió de nuevo, ahora para bien, cuando apareció la posibilidad de volver a andar, ahora valiéndose de una prótesis. Reanimada y sintiéndose útil acudió a sesiones hasta que llegó el gran día de caminar otra vez; hoy la alegría ha vuelto por completo, junto con la autonomía, pues apenas si necesita las muletas, y entusiasta, se dedicó a cursar el bachillerato.
“Ya no dependo tanto de mis papás, de mis hermanos tampoco, ahora ya puedo hacer mi vida normal: Trabajo y estudio; es lo más importante para mí”.
Salustia retomó sus sueños, enturbiados por la adversidad, y hoy es un ejemplo de que su férrea voluntad la sacó adelante.
MIGUEL: UNA VENDIMIA SOBRE RUEDAS
Miguel Zúñiga García, tiene 67 años de edad pero un afán de madrugar todas las mañanas; así llega desde el ejido “Tampaya” a la zona de los mercados en Ciudad Valles, a bordo de su silla de ruedas, único medio de traslado desde que perdió sus dos piernas –trece años atrás- a causa de la diabetes y la mala circulación sanguínea, males que también le provocaron quedarse sin dos dedos de la mano derecha. La vida le ha despojado de partes de su cuerpo, pero no de la voluntad de salir adelante:
“A veces no hay ni para un taco, tengo varios hijos pero también están apenas; por eso me tengo que venir a trabajar, poquito que la gente me apoye”, explica mientras expende sus golosinas en un pedazo de unicel que hace las veces de estante, esperando obtener dinero para cubrir sus gastos. “Con lo que saco aquí puedo comprar mis medicinas, y hasta arreglar mi silla, como ahorita que le tengo que comprar un balero, que vale 120 pesos cada uno, y si no lo tiene me puedo caer”.
Pero a don Miguel lo sostiene también su propia filosofía, a la par con los ánimos de salir adelante: “Dios me prestó vida, tengo que echarle ganas, hacer por mí mismo, y no voltear atrás”. Llega a las 8 de la mañana en el transporte urbano, y se retira a casa después de las 3 de la tarde, ya cuando aumenta el cansancio en su espalda, “hay que seguirle, aunque se nos cierre el mundo, Dios sabrá hasta cuándo”.
LIBERIO: CHICLES POR LA IZQUIERDA
A unos cuantos metros de don Miguel –casi en las mismas condiciones- Liberio Quintero Covarrubias hace lo propio para sobrevivir. Antes podía caminar y se desplazaba en el centro de Ciudad Valles apoyado con muletas, pero desde la amputación de su pierna derecha hace doce años, a causa de la diabetes, se vio obligado a moverse solamente en su silla de ruedas; casi enseguida y por la misma razón, le cortaron la mano derecha.
Tiene algunos hijos pero no cuenta con su apoyo, por eso debe salir a diario desde la colonia “Juárez”, enfrentando todas las dificultades del trayecto; a veces encuentra alguien que le ayude a empujar su transporte, a cruzar una calle o a subir algún puente. Así arriba al centro de la ciudad cada mañana, sorteando el tráfico, desplazándose entre los peatones, para ofrecer sus chicles sobre un pequeño exhibidor de madera.
“Tengo que enfrentar la vida, con sus adversidades, y luchar, hasta que Diosito me lleve; vendo poquito, pero sirve para mantenerme, luego me meto al mercado a comer, y pago mi comida”, revela con su mirada adusta, a veces huraño, hasta que va adquiriendo confianza mientras avanza la charla. Luego se pierde poco a poco entre la gente, no sin antes levantar su muñón derecho a manera de despedida.
IVÁN: CONTRA TODO PRONÓSTICO
Todo resultó normal para el pequeño Iván Tiburcio Santiago desde el principio, en su localidad natal: Tampate, municipio de Aquismón. Pero cuando cumplió los nueve meses enfermó de neumonía y fue mal atendido; a la negligencia médica, los doctores sumaron agujas, catéteres, y hasta una abertura estomacal para alimentarlo.
A todo aquel sufrimiento de ver padecer a su primogénito, los padres de Iván - Salvador Tiburcio Fernando y Celia Santiago Jesús- escucharían los desalentadores pronósticos. Pero pese a las complicaciones, pocas esperanzas, y a ser desalojados de la Casa Campesina por un exfuncionario, no perdieron la fe.
“Sufrimos mucho, el día que nos dice el doctor que salgamos del hospital porque el niño ya no va a vivir; que no iba a caminar, que no iba a ver, que no iba a escuchar, que no iba a hablar”, recuerda con cierta nostalgia Salvador Tiburcio Fernández, padre de Iván, al hablar de aquellos días aciagos. “Pero con el paso de los días, entonces él empezó a gatear, empezó a pararse, empezó a trabajar por sí mismo”, complementa su madre Celia Santiago Jesús.
Fue en San Luis donde se animaron a quitarle la sonda del estómago, de ahí fueron a Monterrey a rehabilitación y volvieron a Aquismón. A los padres de Iván les dijeron que no hablaría, caminaría ni correría, pero hoy está en recuperación de todas sus habilidades, y el niño se ha convertido en un ejemplo que sus papás desean mostrar para que veamos que los límites no existen.
CIRILO: CANCIONES ENTRE LA NEGRURA
El ritmo de “La chona” se alterna con “La del moño colorado”, pero ni “Los tucanes” ni “Los pedernales” se ven por ningún lado; solamente la figura humilde de un hombre, sentado en la céntrica banqueta de la calle “Porfirio Díaz”, y ayudado por un pequeño reproductor que desde una memoria digital hace sonar las pistas rítmicas, para que Cirilo Rodríguez Hernández le ponga su voz, y sobre todo mucho entusiasmo.
Su entonación se combina de vez en cuando con el tintineo de las monedas al caer en un pequeño bote: Método de recaudación voluntaria y al mismo tiempo estrategia de supervivencia de alguien que desde los dos años de edad quedó sumergido en la oscuridad total, hasta que a fuerza de la necesidad, a los veinte se auto descubrió un talento que mezcló con la habilidad de un amigo que tocaba la guitarra, allá en su natal “El guamúchil”, municipio de Tamasopo.
Todo iba bien, hasta que el compañero decidió probar suerte en Estados Unidos, “se fue para allá a trabajar, y yo me quedé aquí, solo, por un momento pensé dejar este trabajo, pero era lo único que sabía hacer para ganarme algo de dinero y poder comer”, recuerda. Entonces Cirilo subió a los trenes de pasajeros, y cantó y cantó, a capela, sin importarle su falta de visión a causa del ataque del “mal de ojo” y del sarampión.
Así, con el sentimiento que le brotaba del alma, enamoró a Estela Naranjo Valtierra; lo hizo únicamente con el ritmo de sus melodías, usando solo los ojos del alma, y juntando sus corazones para sepultar la desventura, porque ambos son invidentes. Compartieron el amor y terminaron por unirse libremente en 1992, hasta casarse “por las tres leyes” –como dice él en broma- hace ya quince años.
Fue en esa transición donde tomó a un paisano suyo como guía al andar, se conocían por ser del mismo ejido. Pero Pedro Avalos Infante supo que más allá de desempeñarse como simple “lazarillo”, tenía la oportunidad de poner en práctica la ocurrencia que tuvo desde niño: “Tocar” con la boca, y suplantar con ella el ritmo del acordeón, la tuba, y hasta del saxofón: Así nació la historia del dueto “Súper Fama del Norte”, en 1991.
Otra vez siguió todo bien hasta que el ferrocarril se privatizó en 1997, y se acabaron las corridas de pasajeros, a los que entretenían a cambio de monedas. Entonces Ciudad Valles apareció como la única opción de subsistencia, y hacia ella enfilaron, convirtiéndola en su centro de trabajo, mientras ellos se volvían -con el paso del tiempo- personajes populares, al grado que en 2009 el Ayuntamiento los reconoció como tales, entregándoles la respectiva presea.
Pero las circunstancias volvieron a modificarse hace unos años, cuando su amigo Pedro tomó un camino diferente, “decidió dejar la artisteada y se fue a vivir a un ejido”, cuenta. Cirilo volvió a sobreponerse a la soledad y a adaptarse de nuevo a los cambios en su vida; con el amor de su esposa como motivación, e incentivado por su pasión por la música, sale a diario desde “Crucitas”, donde vive, hasta el frente de aquella ferretería entre “Miguel Hidalgo” y “Guadalupe Victoria”.
Toma temprano el transporte colectivo, cuyos choferes -como una muestra de admiración y reconocimiento- lo dejan justo en “su oficina”, para que no batalle ni se arriesgue; y la mayoría de las ocasiones también pasan por él para llevarlo de regreso. En ese intervalo, Cirilo canta y canta, desde las primeras horas del día hasta que empieza a caer la tarde, y tratando de acumular una ganancia decorosa que alcance para cubrir los pasajes y para comer.
A sus 58 años y con un espíritu indomable, el cantante que mira con los ojos del alma y transmite el sentimiento de su música a través de la voz, está resulto a continuar en las calles mientras las fuerzas se lo permitan. Y –aunque él no lo admita ni lo persiga así- a seguir siendo en un ejemplo de superación, sin humillarse a mendigar limosna como lo hacen muchos pedigüeños con menores limitaciones físicas que la suya.
ELEUTERIO: UN BOLERO SIN IMPEDIMENTOS
Su cotidiano centro de labores mide menos de tres metros cuadrados, carece de puerta, y –por supuesto- de clima artificial; aun así lo ha acondicionado para que junto con todos sus utensilios, exista lugar para una escoba, un trapeador y un recogedor, que mantienen limpia la superficie. Hay un bote que hace las veces de banco de espera, y tiene hasta periódicos para el entretenimiento de la clientela.
Llega diariamente a las 9 de la mañana y se retira a las 6 de la tarde, así caiga agua, surjan tempestades o salga el sol; haga frío o mucho calor. Pero admite que después de las lluvias le va mejor, porque entonces aumentan los clientes: Es la historia de Eleuterio Benítez Santos, quien ha hecho del aseo de calzado un estilo de vida que ya cumple tres décadas, y de su discapacidad un ejemplo de sobrevivencia.
Nacido en Palictla (Tamazunchale) hace 62 años, no pudo disfrutar de la niñez porque desde los tres, el ataque de la poliomielitis le impidió la movilidad normal; tampoco la juventud fue de buenos recuerdos, porque su padre lo reprendía constantemente al no poder ayudar en las pesadas labores del campo. Entonces decidió cambiar de aires, y llegó a Ciudad Valles en 1983 a intentar ser carpintero, pero abandonó ese empleo porque no dejaba ganancias.
Arrastrando su desánimo junto con su cuerpo, se estableció hace treinta años en ese pequeño espacio, sobre la banqueta de la calle “Miguel Hidalgo” –entre “Independencia” y “Venustiano Carranza”- en pleno centro de la ciudad, donde Eleuterio fue especializándose en su tarea, hasta acreditar una clientela que ahora arriba por decenas a dejar sus respectivos 25 pesos a cambio de un servicio en el que se ha vuelto especialista y un referente.
En un ejemplo de solidaridad en medio de la desventura, otro bolero que también era discapacitado le obsequió en aquel entonces el peculiar triciclo, en el que se desplaza desde el popular fraccionamiento “Bicentenario” –muy al sur de la ciudad- donde Eleuterio ha podido adquirir su casa con el esfuerzo propio y las ganancias que el empleo le deja; “sobre todo los sábados, que es cuando hay más movimiento”, revela.
“A veces se pone difícil, y casi no hay clientes, pero hay que echarle ganas”, comenta con tranquilidad, mientras reposa en su banca metálica, amparado en tres paredes, en una de las cuales –irónicamente- el Sorteo Tec le puso una publicidad que ofrece un premio de “1000 dólares mensuales”. Pero Eleuterio sabe que salir adelante no es cuestión de suerte, sino de trabajo; él es el mejor ejemplo.
AGUSTÍN: CON LOS OJOS DE VOLUNTAD
Trabajó desde joven en las calles, en los cincuentas arreglaba camas en San Luis Potosí, tres años después se asentó en la Huasteca y consiguió unas tierras donde sembró maíz, frijol, calabaza, ajonjolí y zacate para vender y sostenerse económicamente; con el mismo fin crio vacas y tiene una cerdita con la que espera formar un enorme hato. Él edificó sus primeras casas de palizada y palma, y con sus propias manos está por terminar una de bloques, con su respectivo techo y piso de cemento.
Todo ello sonaría demasiado común, sino fuera porque don Agustín Landaverde Juárez todo lo hizo sin ayuda, tiene 81 años, y desde los 18 es invidente: “Andaba yo trabajando en Aquismón (…) por la calle principal, rellenando un bache (en tiempos del presidente Manuel Orendain), y pusieron piedra de choy (…) yo le pegué mal, con el marro, conocía poco de herramienta, y que se me viene para la cara (un fragmento)”.
“No me operé, no me hicieron (nada), lo que me sacaron fue un pedazo de vidrio (de los lentes, porque la piedra me los rompió) (…) y me afectó los dos ojos”, recuerda con cierto pesar sentado en un viejo sillón de palma, con sus gafas oscuras, desprovisto del sombrero que normalmente le acompaña en sus caminatas con sol, y “vigilado” por una puerca en crecimiento que se pasea en la escasa libertad que le da un viejo mecate amarrado a un horcón de madera.
Nacido en Tanzozob, en la sierra de Aquismón, don Agustín laboró en la cabecera municipal, y después de su accidente estuvo en la capital del estado, donde ya desde joven llamaba la atención de la gente por su habilidad en reparar los resortes de camas y colchones, con tan solo la destreza de sus manos, pues el sentido de la vista lo había perdido para siempre. En 1956 retornó al territorio aquismonense pero ahora en la zona norte: Al ejido “Camarones”.
En esa estancia que ya supera las seis décadas, se ha afanado siempre en salir adelante, sin caer en ilícitos o en la holgazanería, mucho menos perder la dignidad en la petición de limosna, pese a su discapacidad: “Porque eso no es porque usted esté enfermo (…) es que no les gusta trabajar (…) yo tengo cincuenta y tantos años de que perdí la vista y nunca me he ido a parar con el sombrero en la mano”.
Ha recibido pocos apoyos y por el contrario, cuenta que con el paso del tiempo, le quitaron su parcela, “ya ve la gente como es, hay mucha envidia”; y le redujeron el terreno donde vive (a una escasa superficie de 10 por 40 metros) “y ahí me traen, a rempujones”. Por si fuera poco, sus vacas que engordaba las tuvo que vender “(porque) me las empezaron a enyerbar, con yerba de esa que le echan al monte”.
Pero la fuerza de voluntad que parece surgir de atrás de su invidencia, lejos de arredrarlo ante las adversidades lo ha hecho enfrentarlas con mayor empuje: Cuando la cocina y el cuarto empezaron a mostrar los resultados de la antigüedad, reunió el dinero de las últimas reses para comprar material de construcción. En esa oscuridad permanente cargó con el cemento, la arena, la grava y las mallas metálicas.
Luego calculó, midió y ejecutó las pesadas tareas de albañilería, empeñado en contar con una estancia más durable. Solamente para “echar el colado” pidió ayuda -debido a su edad- pero después continuó él solo con el procedimiento de rellenar el suelo del siguiente cuarto, que se convertirá en cocina una vez que termine de nivelarlo, y cuando tenga el recurso para techarlo con cemento y ponerle el piso. “(Porque) se lleva 10 bultos de cemento”.
¿Y el relleno usted se lo echó solo?
- “Sí (…) hasta emparejar (…) las cadenas; y allá también (el otro cuarto) nada más que ahorita se me acabó la piedra; ya no hay, hasta que compre”.
Exhibe su escasa dentadura superior al sonreír repetidamente como resultado de nuestro asombro por la manera en que ha desarrollado tantas tareas que de suyo pueden ser complicadas, y máxime en su condición, a la que se agrega la soledad de su eterna soltería. Por eso sus días comienzan temprano, para que los minutos rindan en labores que –sabe- le llevarán más tiempo de lo habitual: “A las 5 de la mañana, a hacer la lumbre”.
- ¿Y usted cocina?
- “Claro, quien más”.
- ¿Y para lavar todos los utensilios… prender la lumbre?
- “Uh… eso es lo más fácil”.
- ¿Usted solo?
- “Seguro”.
- ¿Y su aseo personal? ¿Cambiarse, lavar la ropa?
- “Todo… todo”.
- ¿Usted solo?
- “Pues sí, yo solo. ¿Y ya vio mi solar? Limpio”.
- ¿Usted lo limpia?
- “Sí (…) con un güingaro que tengo ahí”.
La citada herramienta -parecida a un machete curvo- afilada a más no poder, descansa a un costado de la entrada, en esa humilde casa cuyas dimensiones don Agustín se ha memorizado para poder caminar, aunque lento, pero sin problemas ni sobresaltos, igual como lo hace por los caminos del ejido, o años atrás (cuando más joven) en las transitadas calles de Ciudad Valles, “donde quiera andaba”.
- ¿Y cómo le hacía para orientarse?
- “Pues conociendo las calles”.
- ¿Y nunca tuvo ningún accidente?
- “No, nunca”.
En esas andanzas, la fortaleza física (que aún se adivina bajo la playera que le regalaron en la última campaña) le ha servido para no enfermarse. Y pese a que cada vez hay menos pelo en su cabeza y más canas que también invaden las arrugas en el rostro, don Agustín se levanta cada día con nuevos ímpetus y proyectos, como la cerca que pretende levantar: “Ahí tengo los hoyos donde (…) voy a poner postería para cercar el solar, nomás que (…) no me alcanza”.
O como el pozo de cuatro metros que va a desazolvar y el baño que quiere construir. Ante ello, la pregunta es obligada, y la espontánea respuesta no deja de sorprender:
¿Nunca va a dejar de trabajar?
- “No, hasta que me venza”.
“Sueña, y no dejes de soñar; porque tus sueños son más grandes que cualquier límite, y más fuertes que cualquier barrera”.
FECHA DE PUBLICACIÓN: 3 DE DICIEMBRE DE 2019
(DÍA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD)