La “Hoya de las huahuas” es una alternativa ideal para disfrutar de la tumultuosa salida de aves desde el abismo. Esta segunda cavidad en importancia en Aquismón sigue teniendo sus adeptos, y no son pocos los vehículos –incluidos enormes camiones de pasajeros- los que se estacionan en la comunidad “San Isidro” (Tampaxal) para vivir su propia aventura al frescor de la mañana.
La parada no solo sirve para pagar el boleto en la caseta, sino para ordenar -de una vez y por anticipado- en las casas de enseguida, un café y un plato de zacahuil (para degustar al regreso). El calzado cómodo para caminar y buenas lámparas que alumbren el sendero en ese andar en la oscuridad, son esenciales para iniciar la marcha, arrullados por el canto de los grillos, aspirando el aroma de las rosas, y salpicándose con el sereno de las plantas.
Sobre el laberinto de andadores de piedra, entre plantíos de café y palmilla sombreados por centenarios árboles, y subiendo algunas escalinatas rústicas, se podrá llegar al sitio a tiempo -al cabo de poco más de un kilómetro- para tomar lugar en los recovecos de las rocas que circundan el sótano de 60 metros de diámetro y una profundidad total de 478 metros.
El plan es aguardar la salida de las huahuas -o quilas (especie pequeña de loros)- que combinan su tumultuosa partida y su “tapiz volador” en verde fluorescente, con el ensordecedor chillido de los vencejos. El magnetismo del vacío nos atrae a observar más hacia al fondo, hasta que la conciencia se impone y orilla a extremar las precauciones de rigor, pues sobra decir que una caída sería de fatales consecuencias.
Según los nativos, el origen del nombre tiene su dosis anecdótica. Cuentan que todo surgió de una confusión de los primeros visitantes extranjeros que preguntaron a un campesino sobre la denominación del sitio en que trabajaba: “Joya de las guacamayas”, respondió, pero los turistas pensaron que decía hoya en lugar de joya, y huahuas en vez de guacamayas, máxime cuando el término “hoya” significa hoyo, hondura o poza.
Lo único comprobable una vez estando ahí, es que esta variedad de avecillas hacen la delicia del amanecer, saliendo en círculos desde el interior del sótano, considerado como una de las doce oquedades más importantes del país, y que además puede presumir que en su interior posee uno de los salones subterráneos más grandes del mundo, donde cabría un estadio de futbol.
UN VIAJE AL ABISMO
La “Hoya de las huahuas” fue descubierta para el mundo espeleológico en abril de 1967 por miembros de la Asociation for Mexican Cave Studies (AMCS) y el primer descenso fue en 1968. Desde entonces, muchas páginas de aventura se han escrito, como la que relata de su experiencia Alejandro Aguilar Fernández, un ecologista y expedicionario de Ciudad Valles, apasionado de estos menesteres.
“Cuando me tocó descender (…) mi cuerpo parecía ser atraído por el enorme vacío del abismo y controlar el miedo no es fácil: El sótano de Huahuas es el segundo abismo más grande después de Golondrinas en la Huasteca Potosina. Nuestra llegada como a las ocho de la mañana fue enmarcada por una parvada de guacamayas, conté más de 100 (…) nunca he vuelto a observar tal espectáculo”.
“Un ligero aire fresco y los tenues rayos del sol filtrándose a través del follaje de árboles centenarios daban tranquilidad. El amarre de la cuerda es todo un ritual (…) una vez sujeto (…) no lo pensé mucho e inicié lo que sería un viaje hacía mi interior; había bajado varios sótanos en reiteradas ocasiones, pero esto era distinto: Me perdí en la inmensidad del abismo”.
“Allá abajo, sólo un mar verde, un verde oscuro del musgo, líquenes y helechos que fueron cobrando forma conforme me acercaba al fondo. Durante el trayecto miles de pensamientos van y vienen, sabes que un accidente es fatal, y te vas para siempre, dejando todo. ¿Vale la pena?; para algunos amigos y familiares, no; para mí y mis compañeros de grupo sí vale la pena”.
“Recuerdos de infancia, recuerdos de seres queridos, pensamientos de la familia que te despide con una bendición, es el momento donde dudas. Toqué fondo, no era suelo, es un tapiz de fino polvo de guano, montículos del tamaño de una casa, todo es guano en el fondo”.
“Es otro mundo, el mundo subterráneo, el mundo de lo desconocido, que te invita a descubrir, a maravillarte, a disfrutar paisajes de ensueño; un mundo en el que habitan dioses: Una carta en el fondo así lo atestigua y te estremeces. El respeto a estos lugares va más allá de lo ecológico o ambiental, es un respeto espiritual (…) es como visitar un templo de cualquier religión”.