Aventura en “Mantezulel”
Al primero que hay que decirle adiós es al calor, luego al poblado, mientras nos alejamos sierra arriba sobre unas bien acomodadas piedras que hacen las veces de escalinata. Caminar unos 500 metros –a veces sobre rocas resbaladizas- tiene su recompensa cuando el paraje nos recibe con su lenguaje muy al natural: El crepitar de los frutos de jopoy (árbol propio de la zona) y el canto de algunos cotorros.
Entre la vegetación sobresalen también ejemplares de cedro rojo y uno que otro de mante, precisamente éste último que da el nombre a la localidad, según la lengua tenek: “Man” significa amarillo, “te” se refiere al árbol, y “zulel”, quiere decir milpa. Es decir “milpa de árboles amarillos”, en alusión al color que adquieren cuando hay producción del fruto; la paradoja es que ya no existen grandes cultivos.
Lo que sí prevalece es una humedad y frescura por doquier: Marco complementario que se hará sentir durante el resto de la andanza hacia el interior de la cueva “La luz del sol”, una de las principales cavidades de las que puede presumir “Mantezulel”, esta peculiar comunidad ubicada apenas a unos 30 minutos de la cabecera municipal (Aquismón), hacia el noroeste; fundada en 1911 y bautizada con ese vocablo indígena en 1918.
Todavía al ingreso, la caverna nos obsequia un abastecimiento de agua fría, y una corriente helada que instintivamente parece advertirnos que hay que tomarse un tiempo para no ingresar con el cuerpo caliente por la primera caminata y exponernos a una pulmonía; un letrero confirma la precaución. Mientras nos acostumbramos al cambio de clima, tomamos el tiempo para maravillarnos con la enorme boca externa.
Al entrar, las primeras formaciones en el techo y otras en el suelo empiezan a llamar la atención para detenernos –amparados en la luz de la lámpara- a contemplarlas y tomarles fotos. Pero lo mejor viene casi a la mitad del recorrido, con “el águila” que nos observa con su cabeza de lado, un ala entrecerrada y la otra abierta, como dándonos la bienvenida para arroparnos; claro que todo es resultado de aplicar la imaginación en la roca caliza.
Nos toca pasar a un costado, “el ave” de piedra–obviamente- ni se inmuta; la dejamos atrás junto con la penumbra, para encontrarnos entonces, al doblar a la derecha, a una de las mayores manifestaciones que la madre naturaleza nos regala esa mañana en complicidad con el astro rey: Los rayos se cuelan, como en uno solo, por otra oquedad en la parte alta y van trazando su avance sobre el suelo conforme pasan los minutos.
Aquí, la enorme bóveda se colapsó hace muchos años, dejando una apertura superior que permite la filtración de iluminación solar, dando –al mismo tiempo- origen al nombre de la cueva. Por ese espacio, semillas de los árboles que se observan allá afuera, en las alturas, cayeron dentro provocando la germinación de una especie de mini selva en su interior, con hongos, musgos, palmerillas y hasta algunas plantas medicinales.
El sol no nada más ha permitido la sobrevivencia de ese pequeño hábitat, sino que propicia que la amplia cámara se alumbre y puedan vislumbrarse con mayor claridad las caprichosas formaciones en las paredes y parte del techo. Llaman la atención, a la derecha, las dos enormes “mandíbulas” que se “tragan” a los visitantes que no resisten posar ahí; o a la izquierda, la “gárgola”, que esta vez custodia un altar.
LA CELEBRACIÓN A “SAN JERÓNIMO”
La limonaria entrelazada con ramos de “crotos” se ha dispuesto en forma de arco sobre una mesa con flores, y en el centro la imagen de San Jerónimo, considerado el patrono del lugar. De hecho, algunos pobladores le dan el nombre del santo a la cueva, que cada 30 de septiembre alberga un colorido ritual y una misa; el olor a incienso y a copal junto con los cánticos y rezos inundan el ambiente.
La celebración religiosa termina en la comunidad: En la pintoresca capilla, frente a la cual se disponen platillos con zacahuil y bolim para los invitados. Los habitantes del lugar corresponden a la preferencia del turista, con su amabilidad y hospitalidad ya características de los huastecos, pues tienen bien claras las ventajas de la derrama económica que los paseantes pueden representar.
“Mantezulel” combina así el misticismo de sus creencias con la belleza de sus atractivos naturales, pues además de la “Cueva de la luz del sol” -que ahora hemos visitado- existe la del “Espíritu santo”, y dos más de menores dimensiones: “El aguacatillo” y “El callejón sin salida” (además de otra cercana en El aguacate: “Las quilas”); todas accesibles para hacer la delicia de los amantes de la excursión o la espeleología, en un recorrido completo.