PERIODISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

CRÓNICA

La historia de María: Producto, testigo y víctima de violación

La llamaremos María, simplemente, y tomaremos el primero de sus nombres (que es tan común) para tratar de proteger su identidad y cuidar lo poco que ha podido rescatar de su dignidad de mujer. María, como la virgen, en otra de las ironías de la vida, porque esa condición la perdió a los nueve años, a manos de dos de los suyos, un par de hombres que –paradójicamente- deberían protegerla por sobre todas las cosas.

   Incesto parece así, una palabra que se queda corta en su afán de reflejar lo abominable, siete letras que no alcanzan a definir la acción inadmisible; es el hecho que no encuentra justificación alguna, ni siquiera porque en una cultura -como la huasteca- “permite” en las zonas indígenas que los progenitores tomen para sí a sus mujeres descendientes cuando la esposa ha dejado de serles útil sexualmente. 

   Pero María es el reflejo de esa realidad ofensiva y humillante, que parece regresarnos a la época de las cavernas; ella misma –junto con su hermano Santos- fue resultado de una relación incestuosa, cuando su abuelo Nicolás abusó de su hija (madre de María), y así nació la pequeña, el 6 de marzo de 1989. Sólo fue cuestión de tiempo para que la niña pasara de ser producto, a víctima de una violación, e incluso testigo, al descubrir lo que también hicieron con su hermana.   

COMIENZA EL HORROR

Sus primeros años en el “Crucero de Aquismón” –municipio de Aquismón- parecieron transcurrir en la mayor normalidad, pero conforme creció y al tiempo que se mudaban al rancho “San Juan” (cercano a “Tantizohuiche” y perteneciente a Valles) la situación cambió. Era 1998, apenas había cumplido nueve años, cuando María tuvo su encuentro con el infierno: No era el dolor en la parte de mayor intimidad en su cuerpo lo que más recordaba, sino la laceración en el alma.

   Rememorar a su padre (y a la vez abuelo) Nicolás Martínez Hernández lanzándose sobre ella y jalándola de los cabellos para someterla, parecía un fragmento sacado de la peor de sus pesadillas; pero desgraciadamente no era parte de ningún un mal sueño, correspondía una reprobable realidad: El hombre que le dio la vida lanzándola a la cama, desgarrando su vestimenta, y luego él desnudo, encima suyo, saciando sus instintos carnales.

   Nicolás amenazó a María con matarla si decía algo, pero no hacía mucha falta; ella estaba aterrada y sumergida en su congoja. Cuando la impresión se desvaneció un poco, no encontró respuesta en su madre, y mucho menos en su abuela María Guadalupe, a quien tantas veces contó lo sucedido, pero el temor al agresor estaba por encima de cualquier intento de denuncia y esa impunidad prolongaría el suplicio hasta convertirlo en algo habitual.

TAMBIÉN SU HERMANO

Lo peor vino cuando su hermano (y la vez tío) Santos creció y tuvo sus primeras inquietudes sexuales, porque enterado del abuso que Nicolás hacía de María, decidió estrenarse como hombre en la humanidad de su propia hermana. Cual si fueran entes salvajes y carentes de raciocinio, llegaron al extremo de disputarse la supremacía entre ellos, argumentando que uno la violaba más que el otro; incluso Nicolás alguna ocasión reclamó a María esta supuesta preferencia.

   En el centro de ese torbellino de horror, María aún tuvo la voluntad de acabar su educación primaria, pues no perdía la esperanza de alguna vez librarse del yugo sexual al que la tenían sometida. Por eso cuando se convirtió en jovencita, renuente a soportar ese calvario, huyó al poblado “El Pujal”, dónde –en el otoño de 2005- se empleó como trabajadora doméstica en casa de Francisca González Fernández, una señora de 53 años originaria del ejido “Salcedo” (Ciudad Valles). 

DESCUBREN SU INFIERNO

La mujer empezó a notarla rara tanto física como emocionalmente: Se le veía tímida y con un vientre abultado que crecía en forma paulatina. Un día la chica le dijo que le dolía el estómago, y acompañada por Leticia –una hija de doña Francisca- el 25 de noviembre acudió al Centro de Salud. Ahí la atendió Omar Jaimes Ramírez, un doctor mexiquense de 24 años de edad, quien la auscultó, orientó sobre salud reproductiva y evaluó el estado nutricional.

   Nicolasa Hernández Hernández -enfermera de 31 años- apoyó al galeno en la atención que se dio a María, concretamente en la exploración ginecológica. En el estudio socio económico realizado por el promotor social del Centro de Salud, Roberto Martínez Ruiz, la niña confesó nunca haber ingerido alcohol ni tabaco, que habitó una vivienda regular, y su casa (familiar) contaba con servicio de agua y luz; al final también admitió la existencia de promiscuidad.

   María tenía entonces un peso de 41 kilos y una estatura de 1.40 metros; presentaba infección de vías urinarias y cierta desnutrición, por ello le fue recetado hierro, ácido fólico, abundantes líquidos, mucha higiene y antibióticos, y se le pidió regresar en una semana. Debido a su escasez de recursos económicos, el joven médico sugirió a María acudiera al Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en Ciudad Valles, para la realización de exámenes prenatales y ultrasonidos.

   Ahí la ayudaron y trasladaron a un sanatorio particular, donde fue atendida por el doctor Luis Gatica Walle, quien determinó una gestación de 18 semanas y media (probablemente quedó encinta en septiembre de 2005). Para entonces, el doctor Ramírez había comentado del caso al coordinador jurídico del DIF de Valles, José Carmen Rubio Flores, y éste se encargaría –el 29 de noviembre- de poner en conocimiento de las autoridades los reprobables acontecimientos.  

EN BUSCA DE JUSTICIA

A María la canalizaron al área de Psicología y Salud del Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar (CAVIF); se le notaba sumamente demacrada, de bajo peso, rostro cabizbajo, reservada, insegura, y desconfiada, argumentando estar “harta de que la tomen a la fuerza sin que nadie la defendiera”. Dijo sentirse muy triste, debido a que por muchos años tuvo que soportar los malos tratos y los abusos sexuales.

   El examen concluyó que la jovencita se encontraba inestable emocionalmente, y se recomendó la necesidad de una adecuada valoración psicológica y médica, así como la terapia pertinente; también fue revisada en su intimidad por el legista Vicente Fernando Guerrero Aguilar, quien confirmó la desfloración. María presentó la demanda correspondiente y las autoridades judiciales empezaron a girar citatorios para integrar la averiguación previa penal 584/IX/2005.

   El 1 de diciembre ante la Agente del Ministerio Público para Delitos Sexuales y Violencia Intrafamiliar, Gabriela González Hernández, rindió su declaración la señora Francisca González, y abundó que María había llegado a su vivienda ávida de trabajo, pero principalmente de refugio, pues no deseaba regresar a casa; agregó que unos días antes acudió su padre Nicolás Martínez a dejarle ropa, y alcanzó a escuchar cuando le pidió “no decir nada, que pensara en su madre”.

   El día 5 de ese mes y año acudieron ante la fiscal especial las auxiliares de enfermería Haydée Juárez Duque y Esther Francisca Rodríguez Castillo, del Centro de Salud de “El Pujal”; el 7 de diciembre lo hicieron el propio encargado Omar Jaimes y la enfermera Nicolasa Hernández; además se recibió el examen del legista y la comparecencia del propio Vicente Guerrero. Así, la fiscal González Hernández determinó que había elementos para configurar la violación e incesto.

   El 20 de diciembre se consignó el caso al Juzgado Mixto de Primera Instancia para que se librara la orden de aprehensión en contra de Nicolás Martínez Hernández y su hijo Santos; con los periodos vacacionales el procedimiento se volvió lento, y fue hasta el 3 de enero de 2006 que el juez segundo Miguel Ángel Ramiro Díaz recibió el expediente. La orden de aprehensión tardó todavía más en liberarse (casi un cuatrimestre) hasta el 24 de marzo.

CAPTURAN A LOS VIOLADORES

El 25 de abril de 2006 a las 8 de la noche, en un domicilio particular del rancho “San Juan”, los agentes de la Policía Ministerial del Estado (PME), Anastasio Montaño González y Emilio Torres Azúa, cumplimentaron la captura de Nicolás de 56 años de edad, y Santos de 18. Fueron internados en el Centro de Rehabilitación Distrital (Ceredi) de Ciudad Valles y al día siguiente llevados a rendir su declaración. 

   Nicolás confesó haber sido procesado años atrás en Tancanhuitz por intento de violación. Aunque hablaba el dialecto tenek, no necesitó traductor porque entendía bien el español, lo que sí requirió fue un defensor de oficio, al no contar con dinero para pagar uno; el abogado Elías Ávila Luna cumplió la dura función de defender al hombre que terminó admitiendo los hechos, y de paso culpó a su hijo de ser también autor de la violación, usando la fuerza física y de las amenazas.

   Detalló que Santos abusó sexualmente de María cuando fueron a cobrar “Oportunidades”, y alguna ocasión se atrevió a sacarla de la escuela mediante engaños, argumentando que su padre lo mandaba, pero eso no era cierto; al final terminó llevándosela al monte para cometer el acto. Nicolás afirmó que cuando él le reclamó, el muchacho lo amenazó con agredirlo machete en mano y le rompió su ropa.

   A diferencia de su padre, el joven –un jornalero de 18 años – no tenía antecedentes penales, pero al igual que su progenitor comenzó negando las imputaciones, acusando a su papá de ser el autor de las violaciones, tanto en contra de María como de su otra hermana, de 14 años. Dijo que la mayoría de las veces Nicolás estaba influido por el alcohol que acostumbraba ingerir, y en lo que se gastaba casi todo su precario sueldo que obtenía trabajando en el campo. 

   Santos desenmascaró a su padre confesando las peleas entre él y todas las mujeres de la casa –desde María y su hermana, su madre y también la abuela- a causa de los reclamos que le hacían por las violaciones cometidas, pero ninguna se atrevía a denunciarlo porque estaban amenazadas de muerte. En esa atmósfera de impunidad, el hombre disfrutaba de la protección de Martín, el  juez de la comunidad, de quien era compadre. 

   Contó que en alguna ocasión cuando se fueron a la leña y a sacar palmitos, él las espió, y vio cuando Nicolás estuvo a punto de llevarse a su hermana María al monte, pero no lo hizo porque Santos salió al claro. El acto lo habría cometido con la complacencia de su mamá, con quien el hombre no tenía relaciones sexuales porque estaba operada; el muchacho aseguró que ella, en lugar de proteger a la niña, consentía las violaciones siempre y cuando nadie se diera cuenta.

   “Yo ya estaba cansado de tanto pleito y borracheras de mi papá, por eso mejor me fui a vivir con mi hermana, aparte de que me daba coraje como mi mamá admitía que en las noches mi papá se bajara al colchón donde estaba María, a hacer sus cosas; varias veces me amenazó con matarme con un machete, porque me decía que yo andaba con mi hermana”, estableció Santos en su declaración ministerial.

   En los careos posteriores, Nicolás trató de suavizar la culpa que pesaba sobre él, cambiando su versión para decir que cometió la violación cuando María ya tenía 15 años y no 9, que para entonces ya no era virgen, y que probablemente eso era porque “se había acostado con su hermano, porque quería andar con los dos, y hasta con un señor, con quien no la dejé porque estaba muy viejo para ella”. Santos –por su parte- se sostuvo en la inocencia, y ella en inculparlo.

CASTIGADOS A MEDIAS

El 28 de abril de 2006 les fue dictado a ambos el auto de formal prisión, y -más de un año después- el 20 de agosto de 2007 recibieron del Juzgado la respectiva sentencia, pero solamente por el delito de violación, lo que les condenaba a una sanción monetaria de 8 mil 810 pesos, y a una pena corporal de 10 años de cárcel, tomados en cuenta desde el día de su detención (que fue el 25 de abril de 2006). 

   La Agente del Ministerio Público para Delitos Sexuales y Violencia Intrafamiliar reunió elementos para ampliar la reclusión a 12 años, pero una apelación posterior de la defensa, motivó que el 11 de enero de 2008, los magistrados de la Primera Sala del Supremo Tribunal de Justicia en el Estado (Elsa Martha Zúñiga Jiménez, Álvaro Eguía Romero y Ramón Sandoval Hernández) redujeran la condena a solamente nueve años, y una multa de 7 mil 48 pesos. 

   El 6 de febrero de 2008 Nicolás y Santos serían enviados al Centro de Prevención y Readaptación Social (Ceprereso) número dos, de Ríoverde, a 130 kilómetros de Ciudad Valles. María fue rescatada por una tía, quien la llevó a vivir a su casa –en un ejido cercano- junto con su pequeño hijo (nacido el 11 de julio de 2006), el mismo que en algún momento de su embarazo había decidido no tener ni aceptar. 

   Los agresores recibieron una pena que no correspondió a la destrucción de una inocencia infantil; a María le llevará años intentar recomponer su vida, mientras que a ellos les tomó unos meses demostrar buena conducta para reducir su condena y quedar en libertad antes del tiempo dictado inicialmente en el veredicto. Su hermana y su madre, lo mismo que su abuela, continuaron sumergidas en el silencio, cargando con el estigma que les dio su condición femenina. 

   Esa es la desigualdad de la vida, la disparidad de la justicia, la maldición de ser mujer en una región como la Huasteca Potosina, donde desgraciadamente casos como el de María no son para nada escasos, pues suceden con regularidad pero se pierden en el anonimato, porque se quedan en el aislamiento que da la marginación económica, pero sobre todo social y legal, en lo intrincado de las comunidades enclavadas dentro de la inexpugnable sierra.

   Allá, donde todavía existen muchas “Marías” por rescatar.   

FECHA DE PUBLICACIÓN: 10 DE MAYO DE 2021.

 

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