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ENTRE ANÉCDOTAS, VICISITUDES Y TRAGEDIAS, CUMPLE EN OCTUBRE 86 AÑOS DE EXISTENCIA.
El arribo de los precursores de la cenaduría más antigua de la ciudad estuvo precedida de un hecho tan fortuito como angustiante: Los señores Gregorio Espinoza y María Luisa Guzmán habían dejado Jalisco por la urgente necesidad de curar a Eloísa, una hija de quince años que en Guadalajara los doctores no habían podido sanar, y les recomendaron que la llevaran a la Ciudad de México, a donde se trasladaron con toda su descendencia.
VALLES: EL ÚNICO DESTINO
En la capital del país duraron más de medio año, y en ese periodo nació la pequeña Guadalupe. Lamentablemente el tratamiento médico no dio los resultados esperados, y todavía los dejó sin dinero, y apenas les alcanzó para llegar a Ciudad Valles -por la recién inaugurada carretera nacional 85- donde vivían unos parientes: La tía Pachita y el tío Max, dueños de una céntrica refresquería.
De esa manera se estableció aquí el clan Guzmán Espinoza -en ese tiempo- formado además por Aurora, Jesús, Roberto, Gregorio, y Ofelia. La tía Pachita propuso a doña Luisa quedarse para aprovechar que ella sabía hacer tacos rojos y pozole, algo que no era conocido aquí en aquellos tiempos, y así poder regresar a Jalisco; el tío Max, quien solo ocupaba su local de día para vender licuados y refrescos, permitió que usara las instalaciones por la noche.
OCTUBRE DE 1937: EL INICIO
De esta forma, en octubre de 1937 nació sobre la calle “Hidalgo” la cenaduría “La jalisciense”, una denominación lógica considerando la procedencia de los dueños; empezaron a trabajar con la intención inicial de obtener dinero y retornar a su tierra, además de agenciarse recursos económicos para continuar la atención a la salud de la jovencita Eloísa, con doctores en Ciudad Valles.
Por desgracia, al año siguiente y mientras el negocio se consolidaba, la señorita falleció, y doña Luisa tuvo dos razones para quedarse en la ciudad: Aquí sepultó a su hija, y era donde su idea gastronómica estaba floreciendo. Entonces buscó un nuevo local para rentar, estableciéndose sobre la avenida “Pedro Antonio Santos” –cerca de la plaza- a lado del bar “El casino”.
ÍCONO DE LA “HIDALGO”
“La jalisciense” regresaría posteriormente a la “Hidalgo”, cumpliendo diversas etapas: A lado de -donde ahora es- Coppel Canadá; en la esquina con “Independencia”, donde está “Telas Parisina”; y después al cruce con “Carranza”, una emblemática ubicación, a donde llegaron en 1948, remolcando por toda la calle principal desde la plaza, un puesto de madera que le habían comprado a doña Esperancita, dueña de la refresquería “El oasis”.
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Ahí permaneció hasta 1970, cuando llegó el dueño del terreno -un doctor de apellido Sánchez- a exigir que le desocupara; para entonces ya había fallecido don Gregorio (en 1958). Posteriormente pasaron a la calle “Abasolo”, casi esquina con “Galeana”, donde duraron tres años, para luego volver a la “Hidalgo”, en otro sitio que se volvió tradicional, a lado de lo que fue la heladería “Danesa 33”, y donde en la actualidad se encuentra “Waldo’s”.
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EL INCENDIO DEL 80
Fue en ese rumbo donde “La jalisciense” vivió uno de sus capítulos más trágicos, que la sociedad de entonces aún recuerda, y –la actual propietaria- doña Guadalupe Espinoza Guzmán lo revive con sus propias palabras: “Yo entraba a trabajar a las 3 de la tarde, y la explosión fue a la 1; llegó el del gas a surtir un tanque estacionario, se sentó a estar tomando cerveza, y mi hermana Ofelia le advirtió que se iba a pasar (de la capacidad)”.
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“En eso explota, porque al señor se le olvidó que el tanque se estaba llenando; mi hermana Olivia, que estaba en la puerta, recibió dos flamazos. El accidente fue un 29 de febrero de 1980, a ella se la llevaron a México muy grave y allá murió el día 5 de marzo; mi otra hermana, que estaba de visita, también recibió quemaduras, pero ella sí se salvó”, añade. La pérdida se sumó a la de doña Luisa, quien cinco años atrás (en 1975) había fallecido.
SOBREPONIÉNDOSE A LA TRAGEDIA
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Como el ave fénix, renaciendo –literalmente- de entre las cenizas, “La Jalisciense” sería trasladada desde entonces a su sitio del presente, sobre la antigua carretera Valles-Tampico, hoy conocida como bulevar “Universidad”, cumpliendo ahí la mayor etapa, que ya supera las cuatro décadas, y donde se concentra la clientela desde las cuatro de la tarde para seguir disfrutando de los antojitos tapatíos:
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El inigualable sabor de los tacos rojos, el pozole, los sopes, las tostadas, patitas y cueritos en vinagre, entre otras exquisiteces. “Todo eso mi mamá lo traía de su tierra, y yo seguí haciendo lo que ella hacía; ahora le digo a mi hija que el día que yo falte, este negocio va a ser de ella, si quiere”, comenta doña Lupita, pronosticando que la cenaduría podría perpetuarse muchas décadas más.
PREMIO A LA TRAYECTORIA
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En estos 86 años, los mismos del negocio que de la dueña, ella ha recibido reconocimientos Al Trabajo, por el Ayuntamiento de Ciudad Valles 2007-2009, en 2009; de la Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias (AMMJE) Capítulo Valles, en 2014, por su trayectoria empresarial y profesional; y en 2018, de la Feria Nacional de la Huasteca Potosina (Fenahuap), en la que duró 45 años instalándose.