TURISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

La somnolencia que pudo haber sobrevivido tras levantarse a media madrugada, es vapuleada de inmediato por la fresca brisa: En esa parte alta de la sierra de Aquismón - concretamente en “Unión de Guadalupe”- el viento sopla frío aún en primavera o verano, y no se diga si se trata del otoño o el invierno. Por ello el abrigo corporal es la primera necesidad a atender al amanecer.

   En el trayecto agreste en medio de la penumbra, la lámpara funge como una aliada perfecta, y más recomendable es aquella que deja las manos libres para permitir el equilibrio o un buen amortiguamiento en caso de una desafortunada caída. Lo mismo sirve mucho el calzado cómodo, que no derrape, y de preferencia los pantalones de mezclilla y las camisas de manga larga que libren a la piel de los raspones.

   Pasando la caseta de entrada con su respectivo costo, el descenso entre rústicos escalones, provoca que el turista entre de inmediato en calor y genere la primera comunión entre la naturaleza y el ser humano; a ello se añade el canto de los pájaros (que acompaña el caminar), el ladrar de los perros y el canto de los gallos. En esa hora de la mañana el sol se toma su tiempo para aparecer.

   Sobre los olores del bosque se impone por momentos el del aromático café recién tostado, o mejor todavía: Acabado de hervir, para ser dispuesto en algún recipiente que los pobladores inteligentemente cruzarán a nuestro paso junto con un pan casero; para quienes se abstienen de la cafeína, un buen tarro de agua servirá de rehidratación después de la caminata de medio kilómetro (sobre todo si es de maracuyá).

   El descanso se apetece también para ir desenvolviendo el lonche, considerando que la salida desde la ciudad debió ser en ayunas y muy temprano para no exponerse a perder el espectáculo. La “primera llamada” de este show magistral lo hacen las “quilas”, ejemplar pequeño de loros, verdaderamente escandalosos y quienes conviven en aquel majestuoso hábitat con los vencejos.

   Son esas diminutas avecillas las que le dan el nombre al sitio de 60 metros de diámetro y más de 500 de profundidad: El “Sótano de las golondrinas”, atractivo turístico que junto con la “Cascada de Tamul” está convertido en el sitio más codiciado por los visitantes no solo en el municipio de Aquismón, sino en toda la región de la Huasteca Potosina, del estado, e incluso del país.

   Pero los principales protagonistas de la función no saben de fama, formalidades, ni mucho menos tienen palabra de honor, así que pueden hacerse esperar por minutos y hasta horas. Parapetados en los diferentes ángulos circundado el enorme agujero, los espectadores se entretienen con la aparición –dispersa- de parvadas de “quilas”, que son las primeras en aparecer; ya falta menos.

   Los residentes cuentan que los vencejos obedecen a las corrientes de aire para emerger, y en ello influye la temperatura ambiente, así que la teoría es que en cuanto menos frío impere en la oquedad más rápida será la salida. Por eso, el espectáculo va en ocasiones acompañado de la aparición de los primeros rayos del sol; pero no siempre es así, otras veces las avecillas surgen antes que el astro rey y le ganan a cualquier público demorado.

   Pero a esas alturas ningún reproche a la desvelada cabe ya, estamos más cerca que nunca de un mágico e inigualable concierto de la naturaleza: Canto y danza por un solo boleto de entrada, sinfonía y ritmo en el que hemos quedado inmersos gracias al arnés que –previamente- un nativo del lugar nos ha alquilado para poder tendernos de vientre hacia el vacío.

ES TIEMPO DE SU SALIDA

Allá abajo, al sótano no se le ve final, solo una penumbra verdosa: Fondo que contrasta con las figurillas grisáceas y facilita su detección. Ahí están los vencejos –o golondrinas, como les dicen- ascendiendo en fila, formando una larga espiral que de pronto, a fuerza de la multitud, se convierte en una figura cónica enorme que nos atrapa; en cuestión de segundos el agudo bullicio aumenta los decibeles hasta volverse ensordecedor.

   La sabia creación demuestra su efectividad en el excelente funcionamiento del sentido de ubicación de los pajarillos, que pese a su elevada velocidad pasan zumbando muy cerca de nosotros pero sin estrellarse; tampoco el muro elevado que forma la roca les representa algún peligro. No se puede decir lo mismo de un voraz halcón que atisba desde el peñasco y de cuando en cuando se precipita para capturar alguna presa.

    Lamentablemente no siempre la amenaza queda reducida a una consecuencia de la cadena alimenticia: En ocasiones la estupidez humana ha atentado contra esta maravilla, haciendo volar helicópteros o “drones” cerca de la boca del sótano y acabando con cientos de avecillas. El único consuelo es que la vida sigue imponiendo su ley y la reproducción masiva permite el repoblamiento rápido.

   El entretenimiento puede durar media hora. El ruido disminuye a medida que las parvadas han tomado su rumbo; volverán al atardecer (en una entrada paulatina y en picada, como proyectiles). Entonces la tranquilidad empieza a retornar al abismo y es tiempo de regresar, simplemente maravillados y con mucho qué contar, fundamentados en los argumentos visuales que habrán captado las cámaras fotográficas y de video.  

   La boca yace vacía, quieta de nuevo, solo esperando a los avezados que más allá de la observación quieran retar al vacío, en una inigualable experiencia de descenso (como lo hizo en febrero de 2011 el presidente Felipe Calderón); pero esa –como diría aquel comercial- “ya es otra historia”, lo mismo que la filmación de escenas en septiembre de 2014 para el “remake” de la película “Punto de quiebre”, estrenada en 2016. 

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