PERIODISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

 

El sol de invierno que se oculta tras la montaña y proyecta su resplandor naranja no es el único espectáculo vespertino reservado a los vallenses, y a quienes visitan esta capital de la Huasteca Potosina; en realidad el número principal está por iniciar: Sus protagonistas se encuentran casi listos, afinando trinos, y diseñando vuelos, dentro de esa misteriosa inteligencia animal que –algunos- llaman instinto.

 

 

   No son decenas, sino cientos, miles incluso; ya se escuchan, se percibe la vibración de su conglomerado de agudos cantos que alcanza altos decibeles; están en los delgados cables de energía eléctrica, pero también en los frondosos árboles, luego se posan en los anuncios grandes. Y de repente, ahí, frente a nosotros, en esa esquina transitada de Bulevar México-Laredo con “Vicente Salazar”, comienza la danza en el aire.

 

 “Bajo el estruendo negro

y tornasol de estos pájaros

sus gargantas suenan

a desgajamiento de árbol

y se dispara al viento

su tañido de barro…”

 

 

Parvadas van y vienen, de una esquina a otra, forman figuras en el espacio, construyen una nube oscura zumbando sobre nuestras cabezas, que –a su vez- casi se despeinan por la ventisca fuerte que crea el paso de tantas aves a un mismo tiempo. Igual pasean por el estacionamiento de los cinemas que frente a la cúpula del "Instituto Motolinía"; se detienen en un punto, luego regresan y ahí van de nuevo.

 

 “Pájaros de negras plumas

que en sus gargantas empollan

un blanco canto,

quiero que canten, que canten

quiero que sigan cantando

el verde verbo de Valles…”

 

 

Cuando las manecillas se hacen una en el reloj –marcando las 6 de la tarde- los pájaros también parecen volverse uno en contingente gigantesco, que alcanza el clímax de la unificación; enseguida se dispersan y vuelven a juntarse. Podríamos pasar horas deleitándonos y maravillándonos con esa demostración de sincronía y habilidad, pero el espectáculo tiene límite de tiempo: Una hora aproximadamente.

 

 “De norte a sur desde su árbol

y con su esencia de pájaros,

conjuguen el verbo Valles

en el agua de sus cantos;

estiren sus alas negras

y estrechen en blanco abrazo…”

 

 

Según el especialista (y precursor del Club de Observadores de Aves en la Huasteca Potosina) Alejandro Aguilar Fernández, se trata de la especie endémica conocida como zanate mexicano, y al que –coloquialmente- llamamos tordos; su número incrementa en ésta época por las poblaciones que vienen de otros estados como Nuevo León y Tamaulipas, e incluso del sur de Estados Unidos.

 

 “Alarguen su himno puro

para ir enlazando hermanos:

Pico duro o dulce canto

paso en tierra o vuelo alto

canto hermano

canto firme, claro canto…”

 

 

Sus piruetas son al mismo tiempo la búsqueda de un espacio donde pasar la noche, unidos en grupo para no ser fácil presa de los depredadores. Conforme se acentúa la oscuridad, su ruido persiste, no así los vuelos, pues se acerca la hora de dormir, y de cuidarse de alguna rapaz lechuza o de un hambriento búho; aunque a veces somos los observadores quienes debemos procurar no ser alcanzados por sus “bombardeos” de excretas.

 

 “No solo al norte y al sur

a toda la tierra, pájaros

sí, que toda la tierra sepa

que Valles está cantando

y tiene esos viejos sueños de amor

de justicia y de hermanos…”

 

 

 

Despertarán al alba, de nuevo con su canto, entonces –explica Aguilar Fernández- el zanate saldrá en su vuelo de búsqueda de alimento, apoderándose de lo que pueda encontrar en el perímetro citadino (frutas, semillas, insectos, y hasta desperdicios de comida humana), mientras que un mínimo porcentaje, conocido como tordo de ojos rojos, irá un poco más lejos, en pos de los granos del campo. 

 

 “Pájaros, guardianes nuestros,

no dejen morir el canto

si hay un insecto infeccioso

ataquen a picotazos;

defiendan todas sus uñas

lo que en Valles construyamos…”

 

 

Volverán de nuevo al atardecer, a seguirnos impresionando, a inspirarnos incluso, como lo hicieron desde hace más de tres décadas a dos grandes artistas vallenses: El poeta José Ignacio Martínez Maya, quien así escribió la obra “Pájaros del bulevar” (cuyos fragmentos acompañan este reportaje); y al pintor Fernando Domínguez García, que los inmortalizó en aquellos incipientes trazos de los ochentas.      

 

 “Pájaros guardianes nuestros

que pueblan el bulevar

compermiso… ya nos vamos”.

 

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