PERIODISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

La historia de doña Lidia podría asemejarse a la de esas mujeres como hay muchas. Convertida en “padre y madre” a la vez, y festejando su día en la forma que la vida la ha acostumbrado a hacerlo: Trabajando.  

ENTREVISTA

Por: Julián Díaz Hernández.

La primera pregunta no fue hacia ella, sino a mí –en silencio- cuando le vi ofreciendo huevos cocidos cerca de la medianoche afuera del cinema: “¿Cuánto podrá vender a esta hora, en ese sitio y con esa clientela?”. Seguramente no fui el único que pensó igual, sobre todo cuando los cinéfilos repetían la negación con la cabeza; la mujer también lo entendió, y a los pocos días ya vendía cacahuates y también bombones.

   “Es que negocio que no deja hay que dejarlo”, explica, para demostrarnos que detrás de esa figura encorvada, vestimenta humilde, y pelo lleno de canas que contrasta con ausencias en su dentadura, hay una sapiencia forjada por años de experiencia en la vendimia callejera. “Horas de vuelo”: Teorizaría el famoso escritor Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

   Pese a aquella incongruencia de los huevos cocidos, hay poco que enseñarla a doña Lidia Martínez López, porque de sus 70 años, 35 –la mitad- están dedicados a expender sus productos en las zonas públicas (Sams, Autozone, Farmacia Guadalajara). Y es el mismo tiempo que tiene de haberse transformado (como ella misma lo presume orgullosa) “en padre y madre” para sus dos hijos, ahora ya convertidos en adultos.

   Nacida en el Valles cercano a la mitad del siglo pasado, siendo niña debió emigrar con su familia cuando las posibilidades laborales de su padre –que era albañil- resultaban más prometedoras en Matlapa. Allá conoció el amor y luego de cuatro años de noviazgo, el 8 de abril de 1972 contrajo matrimonio civil, y a la semana siguiente lo hizo de manera religiosa, en la iglesia de Axtla.

   “Pero él había tenido una novia que seguía viendo y solo duramos cuatro años casados, tuvimos dos hijos, seguiditos; yo tenía 30 años cuando se fue con esa mujer, aunque él después se arrepintió y me anduvo rogando que regresáramos, pero ya no quise. A ella le duró poco el gusto de estar con el hombre, porque dos años después, en el 78, se cayó de una azotea cuando andaba trabajando, tuvo fractura de cráneo y falleció”, cuenta.

   “Yo para entonces ya le había agarrado amor al trabajo, desde que me dejó sola: Me venía con una cubeta llena de tamales (doscientos hacía) y me los traía a Valles, aquí los acababa todos, tempranito, luego me iba con una tía por el rumbo de ‘La queretana’ que me prestaba su cocina, y ya para las nueve (de la mañana) andaba repartiendo gorditas en los talleres que hay por ahí, y también las terminaba”.

   “Así les pagué la escuela a mis dos niños, hasta donde quisieron estudiar; por eso me daba coraje cuando mi mamá me decía: ‘Estás joven, búscate un hombre para que ya no andes batallando’. Pero no, nunca les busqué otro papá a mis hijos; imagínese, que le fueran a poner una mano encima”, exclama con sus ojos abriéndose más entre las arrugas faciales.

   Y doña Lidia siguió su rutina: Cocinando, viajando, recorriendo, ofreciendo, vendiendo, pagando, sosteniéndose, pero sobre todo sacando adelante a sus vástagos. “En ese tiempo cobraban como seis pesos de pasaje en el autobús hasta Matlapa, pero si había manera me quedaba con alguna parienta para ahorrarme el gasto, y aquí me daba chance de cocinar para seguirle con la venta al otro día”.

   “Cuando eso pasaba, mi mamá me cuidaba a mis hijos, hasta que luego nos enojábamos porque ella seguía diciendo que me buscara marido. No, pues ¿cómo cree? –expresa-macho donde quiera hay, y a mí me interesaba más que mis hijos estuvieran bien”. Así se fue un año y varios más, hasta sumar una década y llegar a 1989, cuando la madre de doña Lidia falleció; años después también moriría su padre.

   No habiendo razón para viajar más hasta Matlapa, se asentó definitivamente en Valles, y sus calles la han visto recorrer rumbos distintos, estableciéndose a veces, mudándose otras, según la presencia de clientes. Los tamales estaban entre el producto más demandado, pero tenía la capacidad de diversificar cuanto fuera posible, o según las exigencias de la temporada y, desde luego, de acuerdo con las necesidades del hogar.

   Los hijos seguían creciendo junto con los gastos, máxime en aquellos tiempos donde no todos los libros eran gratuitos y había que comprarlos, junto con los uniformes y el calzado reglamentario. La mujer le hacía honor a su nombre: Lidiando con las cuotas y gastos escolares de sus descendientes, las medicinas cuando enfermaban, y a veces hasta cumpliendo el capricho de algún juguete después que las lágrimas infantiles la conmovían.

   “Pero en ese tiempo sí se vendía, se movía dinero, aparte que estaba todo más tranquilo, yo me metía por todos los rumbos, hasta ya tarde, caminando; ahora no me hace usted que me vaya a pie ni siquiera aquí a la (colonia) Porvenir. Con tanta inseguridad no solo se vende menos, tampoco hay dinero, la gente no tiene trabajo”, expresa con cierto desaliento.

   Por eso la rutina de doña Lidia empieza temprano, con todo y el desvelo de una noche anterior encima. Se le ve en el rumbo sur de la ciudad, cerca de Auto Park: “Por donde están las gorditas, ahí me compran, ando ofreciendo por allá y después voy a Soriana, vendiendo en el estacionamiento, ya más noche a la Central Camionera, y si no traigo dinero pues me hago un campito y me quedo ahí para no gastar en pasaje”.

- ¿Pero ya no vende huevos cocidos, verdad?

- “Se me echaban a perder, fíjese. Le digo: La gente ya no compra, a veces hasta me los tenía que comer yo porque me daba lástima tirarlos; casi todos se me quedaban. Mejor me dediqué a comprar cacahuates por bolsas grandes y hago bolsitas, y esto sí sale, no mucho, pero al menos no se me descompone”.

   Encima de la cubeta grande, blanca, de plástico, donde guarda el maní embolsado, el colorido de bombones en paquetes refleja que la mujer no ha perdido el don de la versatilidad. “Y pues sí, hay gente que si no me compra cacahuate, me compra bombones, el chiste es que vaya saliendo”, dice mientras reposa un poco el cansancio sobre un carrito metálico de la tienda de auto servicio, en la esquina del Bulevar y Vicente C. Salazar.

   Llegó aquí desde el otro extremo de la ciudad ya entrada la noche. Ha sido ese lugar el penúltimo de su itinerario de ese día, ofreciendo, insistiendo; el último sitio no lo sabe aún, pues lo mismo puede ser la casa de algún pariente cercano, o la suya allá por el rumbo de las vías en el fraccionamiento El Carmen, eso siempre y cuando encuentre a un taxista conocido que no le cobre tan caro el servicio.

   “Porque le digo que ya no sale como antes, para nada, esto está muy pobre, no hay dinero (insiste). Antes, por ejemplo, en las ferias, me iba muy bien”.

- ¿Y cómo le hacía? Si ahí no dejan entrar ambulantes.

- “Eso me dijo la señora que cuida ahí por las taquillas, aquí no, váyase; pero me esperaba que ya no cobraban y me metía por la salida, y ahí me iba vendiendo, hasta en la madrugada, que acababa todo. Luego mis muchachos me dicen: Mamá, ya deje de andar en la calle, quédese en la casa a descansar; pero no, yo les digo que si dejo de trabajar me vuelvo tullida y a lo mejor a los pocos días me les muero”.

   El ruidoso descenso de la cortina de Aurrerá y el encendido constante de los motores de los vehículos que se retiran, parecen rubricar nuestra charla. Las luces se apagan de a poco, la gente disminuye en número, pero lo que no acaba es la energía de doña Lidia, pese al recorrido citadino con mayoría de calor con su ofrecimiento recurrente: “Cacahuates, joven”… “Cacahuates, seño”. 

   Están por dar las 12 de la noche, es alborada del 10 de mayo; dos patrullas raudas pasan por el bulevar, el rugido del motor apenas se acalla por las cuerdas de una guitarra que se afina para una serenata del “Día de las mamás”. Pero en el fondo de la cubeta todavía hay cacahuates que vender, por eso para doña Lidia la celebración tendrá que esperar.

   Porque a veces así festejan las madres forjadas en el trabajo: Laborando y partiéndose su propio sustantivo. 

(FECHA DE PUBLICACIÓN: 10 DE MAYO DE 2023)

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